El abrazo, de Gustav Klimt |
Muchos días de nuestras vidas nos levantamos así. No nos encontramos bien, no sabemos qué nos pasa, pero nos tranquilizamos con una caricia, un beso o nos estremecemos de alivio al sentir a alguien que nos abraza.
Las palabras también tienen ese efecto. Las palabras nos acarician el oído y lo más profundo del alma. Las palabras nos cascabelean en el corazón con ritmo musical. Las palabras nos rasgan las entrañas hasta hacernos llorar. Las palabras nos ayudan. Sobre todo, nos ayudan a sentir.
Para eso, también, las usamos. No solo para comunicarnos con el otro, sino para comunicar nuestros sentimientos. O para, cuando no podemos comunicarlos, hacer que afloren al leer otras palabras de otros muchos, que han sentido antes lo que nosotros sentimos ahora, y que sí han podido comunicarlo.
Y, entonces, todo tiene sentido. Y, entonces, todos somos uno. Y, entonces, damos gracias.